En esta, el protagonista, Munezo Katagiri (Masatoshi Nagase), samurai todavía respetado, se enamora de su sirvienta, y no será hasta que esta se casa con un déspota comerciante, cuando Munezo se de cuenta de cuan enamorado está. Además, como samurai aún en activo, se le encomienda una misión que nunca se hubiese imaginado tener que cumplir.
Se tratan temas que desmitifican ese aura respetable y admirable que emana de los samuráis y de la que tanto gozamos los occidentales. Se ve como estos no dejan de ser unos hipócritas machistas que primero dicen “así no, mejor con espadas” y después se dedican a entrenar a sus discípulos en el manejo de las armas de fuego, para matar a sangre fría a personas que no son tan contrarias a ellas como en un principio podría parecer. También es una historia de amor entre personajes de distintas castas sociales, lo cual perjudica tamaño menester. Narra la evolución de ese amor sincero y correspondido, desde su más sutil clandestinidad platónica, hasta la explosiva demostración de rabia ante los maltratos al ser amado. Eso sí, es una relación un tanto machista, pero las cosas en el siglo 19 en Japón eran así (y ahora también, que coño), y esta, dentro de lo que cabe, es bastante bonita.
También plasma de una manera sobresaliente, el cambio político de la época. Sobre como lo antiguo da paso a lo moderno, y la adaptación que conlleva este cambio. Así se demuestra en la escena en la que el protagonista va a pedirle consejo a su antiguo maestro. Escena, por cierto, de gran belleza. Una lucha clásica con espadas de madera, después de la cual, al pupilo se le enseña el último golpe que le faltaba por aprender, pero que, curiosamente, no se ejecuta con una espada. Algo más propio de un ninja que de un samurai, pero ya se sabe, renovarse o morir.
Gran película, muy emotiva y bella. Además de valioso documento histórico con el que se enriquece/esclarece un poco más la información que pudiésemos tener sobre el mundo samurai, así como sobre la sociedad Japonesa de la época.